El arminianismo y la verdad acerca del hombre (Arminianismo, parte VI)

Sunrise-From-SpaceLa gloriosa verdad es que es el mismo carácter incurable del pecador el que le muestra dónde está la verdadera esperanza. Minimizar esta falta de esperanza  como hace el arminianismo  no es, pues, la manera de revelar la luminosidad de la esperanza que brilla en el Evangelio. Escuchemos de nuevo algunas de las palabras finales de Spurgeon, dirigidas a una vasta congregación reunida en el Exeter Hall: «Vosotros, los que no habéis sido convertidos, y no tenéis parte en la actual salvación, a vosotros digo lo siguiente: Hombre, hombre, estás en las manos de Dios. De Su voluntad depende absolutamente que vivas lo suficiente para llegar hoy a tu casa». ¿Es esto enviar a los hombres a la desesperación? ¡No! Es cerrarles todo camino que no sea el de Dios a las mismas verdades que nos revelan nuestra impotencia son las que nos orientan hacia nuestra verdadera esperanza, y nos revelan que en el Padre de misericordias hay gracia omnipotente para hacer por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos. «El calvinismo te da diez mil veces más razones para tener esperanza que el predicador arminiano, que se levanta y dice: «Hay lugar para todo el mundo, pero no creo que haya una gracia especial para hacerlos venir; si no quieren venir, no vendrán, y se acabó, es culpa suya, y Dios no les obligará a venir». La Palabra de Dios dice que no pueden venir, pero el arminiano dice que pueden; el pobre pecador se da cuenta de que no puede, pero el arminiano ha declarado positivamente que podría si quisiera».

Cuando a un hombre que ha llegado a este punto se le dice que Dios ha determinado salvar pecadores, que así como ha establecido el medio en la sangre del Calvario, ha dado también el Espíritu para aplicar los méritos de aquel sacrificio y para resucitar a los muertos en pecado  el propósito es Suyo, el don es Suyo, los medios son Suyos, el poder es Suyo; esta es exactamente la buena nueva que un alma así desmayada necesita. Para una persona que ya no confía en sí misma y que se da cuenta del desesperado mal de su corazón, no podía haber un mensaje más urgentemente necesitado que el que le enseña a mirar y a confiar en la libre gracia de Dios: «El gran sistema conocido como «Las Doctrinas de la Gracia» pone a Dios, y no al hombre, ante la mente de aquél que verdaderamente lo recibe. Todo el conjunto y plan de aquella doctrina mira hacia Dios», y esa es exactamente la dirección en que un alma convicta necesita mirar. Sus superficiales nociones religiosas le han sido arrancadas: «Antes te jactabas: «Puedo creer en el Señor Jesucristo cuando guste y todo irá bien». En otros tiempos pensabas que creer era cosa muy fácil; pero ahora no piensas así. «¿Qué me ocurre?» clamas ahora, «No puedo sentir. Peor aún, no puedo creer. No puedo recordar. No puedo refrenarme. Parezco estar poseído por el diablo. Ojalá Dios me ayude, porque yo no puedo ayudarme a mí mismo». «Cuando un hombre sabe y se da cuenta de que es verdaderamente un pecador delante de Dios, es un milagro para él creer en el perdón de los pecados; nada que no sea la omnipotencia del Espíritu Santo puede obrar esta fe en él».

 

Spurgeon tenía el suficiente conocimiento de la verdadera naturaleza de la convicción de pecado para saber que la predicación de la gracia irresistible es un deleitoso cordial para aquellos cuyas esperanzas están tan sólo en Dios. Se gloriaba en poner de relieve la verdad de que la impotencia humana no es una barrera para la omnipotencia de Dios: «El Señor, cuando se propone salvar pecadores, no se detiene a preguntarles si ellos se proponen ser salvos, sino que, como viento poderoso y acometedor, la influencia divina barre todos los obstáculos; el corazón reacio se dobla ante el potente viento de la gracia, y los pecadores que no querían ceder son llevados por Dios a ceder. Una cosa sé, que si el Señor así lo quiere, no hay hombre tan desesperadamente impío aquí en esta mañana que no pueda ser llevado a buscar misericordia, por infiel que pudiera ser; por más arraigado que estuviera en sus prejuicios contra el Evangelio, Jehová no tiene más que quererlo, y ya está hecho. En tu tenebroso corazón, ¡oh tú que nunca has visto la luz!, la luz entrarla a raudales; solamente que Él dijera: «Sea la luz», sería la luz. Puedes quizá rebelarte y resistir a Jehová; pero Él sigue siendo tu dueño, tu dueño para destruirte, si continúas en la impiedad; pero tu dueño para salvarte ahora, para cambiar tu corazón y transformar tu voluntad como transforma los ríos de agua». 

El titulo del sermón del cual procede la cita anterior, Un Sermón del año de Avivamiento, predicado en enero de 1860, nos recuerda que la fuente de esta tremenda certeza estribaba en el conocimiento consciente que Spurgeon tenía, no solamente de la doctrina dada por el Espíritu, sino de la presencia de aquel mismo Espíritu poderoso acompañando a la predicación de la Palabra. Nunca se glorió más en el poder de Dios que en estos años de avivamiento. 

Pensemos en la experiencia verdaderamente emocionante que debe haber sido estar en un campo frente a King Edward’s Road, Hackney, en medio de 12.000 personas, y oír un sermón predicado allí un martes por la tarde, el 4 de septiembre de 1855, por el pastor de New Park Street. «Creo que nunca olvidaré», escribía más tarde en su autobiografía, «la impresión que recibí cuando, antes de separarnos, la vasta multitud cantó a una voz:

Load a Dios, de quien procede toda bendición. 

Aquella noche pude entender mejor que nunca por qué el apóstol Juan, en Apocalipsis, comparaba la «canción nueva» del cielo con «la voz de muchas aguas». En aquel glorioso aleluya, las potentes olas de la alabanza parecían desplegarse hacia el cielo, en majestuosa grandiosidad, como las olas del antiguo océano se despliegan en la playa».  La lectura de las palabras que fueron predicadas aquella noche hace que sea fácil entender por qué el culto terminó estando los corazones levantados al cielo en una experiencia de maravilla y alabanza. Predicando sobre las palabras «Vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos», Spurgeon se gloriaba en el triunfo de la gracia:  «Oh, me encantan los pasajes en que Dios usa el tiempo futuro de los verbos. No hay nada comparable. Cuando un hombre usa el futuro al hablar, ¿de qué sirve? El hombre dice que hará, y nunca lo lleva a cabo; prometo, y no cumple. Pero nunca es así con Dios. Si lo dice, tendrá lugar; cuando promete, cumple. Ahora bien, aquí ha dicho que «vendrán muchos». El diablo dice «no vendrán»; pero «vendrán». Vosotros mismos decís «no vendremos»; Dios dice «vendréis». ¡SI!, hay aquí algunos que se ríen de la salvación, que son capaces de escarnecer a Cristo, y mofarse del Evangelio; pero os digo que algunos de vosotros aún vendréis. «¡Qué dices!» exclamáis, «¿Acaso puede Dios convertirme en cristiano?» Te digo que sí, pues en esto estriba el poder del Evangelio. No pide tu consentimiento, sino que lo obtiene. No dice: ¿lo quieres?, sino que hace que te ofrezcas voluntariamente en el día del poder de Dios… El Evangelio no quiere tu consentimiento, lo obtiene. Elimina la enemistad de tu corazón. Tú dices «No quiero ser salvo»; Cristo dice que lo serás. Hace que tu voluntad dé media vuelta, entonces clamas: «Señor, sálvame, o pereceré» ¡Ah, ojalá el cielo exclame: «Sabía que te lo haría decir» y entonces se goce por ti porque ha cambiado tu voluntad y ha hecho que te ofrecieras voluntariamente en el día de su poder! Si Jesucristo hubiese de venir a esta plataforma en esta noche, ¿que harían muchos con él? Si viniese y dijera: «Aquí estoy, te amo, ¿quieres ser salvo por mí?» ni uno de vosotros consentiría si dependiera de vuestra voluntad. Pero él mismo dijo: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere». ¡Ah, esto es lo que necesitamos Y aquí lo tenemos. ¡Vendrán! ¡Vendrán! Podéis reíros, podéis despreciarnos; pero Jesucristo no habrá muerto en vano. Si algunos de vosotros lo rechazáis, hay algunos que no lo harán. Si bien algunos no son salvos, otros lo serán. Cristo verá linaje, vivirá por largos días y la voluntad de Jehová será prosperada en su mano. ¡Vendrán! Y nada en el cielo, ni en la tierra, ni en el infierno, puede impedir que vengan».

Por Iain Murray, pastor de Grove Chapel de Londres, y fundador y director de THE BANNER OF TRUTH  TRUST. Extracto del libro: “El principe olvidado“.